Tuesday, September 26, 2006

LUSIM, EL MAGO

Nunca se vió a tantos niños trotando por los caminos de la cordillera. ¿Cuántos eran? ¿Cien?¿Trescientos? ¿Quinientos?. Quizás más. Era un ejército infantil buscando a Lusim, el Mago.

Al fin, una mañana helada, lo hallaron dormido en las orillas de un lago, con la varita mágica en su mano derecha, el sombrero negro de copa en la cabeza pelada y cubriéndose del frío con su capa roja.

Lo cargaron sobre sus cabezas e iniciaron el largo viaje de retorno.

-¡¿A dónde me llevan?¿Quienes son ustedes?!- protestaba Lusim por el camino, sin que nadie le diga nada.

Durante algunos días, en silencio, cruzaron montes, ríos, prados, anocheceres, montañas, bosques, atardeceres, lluvias, aldeas; como una procesión esperanzada en un milagro.

Y por todos los lugares donde pasaron, la gente saludaba a Lusim y le agradecía en voz alta por todo lo que él había hecho por ellos. Pues, gracias a la generosidad de su magia, detuvo muchos terremotos; trajo la lluvia a los campos que se morían de sed; de su sombrero sacaba juguetes que regalaba a los niños en sus cumpleaños; de sus manos vacías aparecían dentaduras postizas que necesitaban los viejitos desmuelados que tenían verguenza de reirse; hizo que los mares se llenaran de variedad de peces; que de las plantas peladas brotaran abundante fruta, y muchas otras cosas más.

Estaba dormido Lusim, cuando sintió que los niños detuvieron su marcha y lo bajaron con cuidado. No pudo reconocer aquel lugar por la total oscuridad de la madrugada.

-Perdona, hermano Mago, por traerte sin permiso. Pero era necesario hacerlo- oyó la voz serena de un muchacho.

-¿Quienes son ustedes? ¿En dónde estoy? ¿Para qué me han traído?- preguntó enojado, Lusim. Pero nadie respondió.

Entonces, el amanecer, con sus pinceles en mano, poco a poco le fue pintando al pueblo más triste y pobre del mundo.

Lusim se quedó mudo de tanta miseria a la vista: casuchas polvorientas de cartones y madera apolillada, hombres, mujeres y niños esqueléticos, descalzos y vestidos de harapos y las chacras con sus sembríos podridos.

Lusim, se dió cuenta que todos miraban ilusionados a su varita mágica.

-Vamos, hermano Mago, hágalo de una vez- le dijo otro muchacho.

Lusim bajó la cabeza y su rostro se tornó pálido de la pena. Recién comprendió para qué lo habían traído allí.

-Por favor, Hermano Mago, no perdamos tiempo, hágalo ya. Borre con su varita mágica la pobreza de nuestro pueblo- dijo una niña de trenzas largas.

Lusim, con una sonrisa nerviosa, empezó a temblar.

-No puedo. Cuánto quisiera hacerlo, pero es imposible- dijo secándose el sudor con su pañuelo verde. Pero la gente del pueblo parecía no creerle.

-Sí puede, hermano Mago, usted sí puede. Es el mejor de todos los magos. Quizás usted se ha molestado porque lo trajimos a la fuerza. Pero, perdónenos, era necesario hacerlo. Haga que su varita mágica trabaje de una vez, hermano Mago- dijo un niño larguirucho.

-¡No, no, no puedo!¡Créanme, no estoy molesto con ustedes! ¡Qué no daría por desaparecer toda esta miseria! ¡Pero es imposible! ¡No puedo, no puedo!- dijo llorando Lusim.

Pidió que lo perdonaran. Confesó que toda su magia era pura mentira, que todo lo que había hecho fue a base de trucos. Juró que no era un mago de verdad.

Los niños lo rodearon y lo abrazaron para decirle que no llorara. Se resignaron a pensar que ya alguna vez nacerá un mago de verdad para que liquide la pobreza que padecían.

-Ya no llore, hermano Mago, ya no llore que nos va a poner más tristes de lo que estamos- dijo otra niña, cargando la muñeca que alguna vez le regaló el mago.

Y Lusim, cabizbajo, dió media vuelta y abandonó derrotado aquel pueblo ruinoso.

En el camino, casi un millar de niños pasaron corriendo por su lado. Entonces, Lusim, con su capa roja que el viento hacía flamear, corrió detrás de ellos para acompañarlos a buscar a ese mago milagroso, que con su varita mágica, algún día, pueda desaparecer para siempre todo lo malo que arruina la vida de los hombres.


New York, Setiembre , 2006

Wednesday, September 20, 2006


FLOPES


¿Qué será de Flopes?, nos preguntábamos una semana después que empezó a crecer y crecer sin que nada ni nadie pudiese evitar que se nos perdiera por el espacio infinito.
De él, solo veíamos sus zapatos negros que llegaban hasta el cielo.
Fue Tisca, su hermano mayor, el primero en darse cuenta del problema.
Como todos los días, Tisca le encomendó a Flopes llevar la comida a los animales del establo y la granja. Cuando Flopes terminó de hacer su trabajo y regresó a casa, asustó tremendamente a Tisca. Flopes, que antes apenas le llegaba al hombro, ahora era de su tamaño.
Alarmado, Tisca corrió a la ciudad a traer a un médico y cuando volvíó con éste, ya Flopes llegaba al techo de la casa.
-Hagan algo que tengo miedo- dijo Flopes con voz temblorosa, espantado del fenómeno que lo hacía crecer y crecer.
Por más remedios que le dieron no lograron detener que siguiera estirándose.
Desesperados, lo llevaron a la Capital, para internarlo en los mejores hospitales. Lo examinaron muchos médicos pero no lograron descubrir por qué crecía de rato en rato.
Por último, tuvieron que meterlo a un edificio de 10 pisos, con la esperanza de que el techo detuviera el crecimiento. Pero fue un fracaso. A las pocas horas, Flopes reventó en mil pedazos al pobre edificio de un descomunal estirón.
Ya no se podía hacer nada. Flopes, iba camino al cielo. Y cada vez que crecía la tierra temblaba.
-Tengo hambre- dijo, con su voz tierna, cuyo eco melancólico llegó hasta su lejana aldea y entristeció a los caballos, a los toros, a las vacas, a las ovejas, a los burros, a las gallinas, a los conejos, a los gallos y a los patos, que tanto lo querían.
Fue necesario, entonces, enviar varios helicópteros con toneladas de alimentos para llegar hasta cabeza de Flopes y darle de comer.
Se convirtió, así, en la principal noticia en el mundo entero. En todos los países lo veían por televisión y hasta muchos rezaban para que no siguiera creciendo.
Cuando llegó la noche, los cabellos de Flopes rozaban las nubes. Se le veía cansado. Bostezó y buscó un lugar donde echarse. Pero no pudo porque a sus costados solo habían edificios, casas y millares de curiosos que lo rodeaban.
Al amanecer del día siguiente, como despidiéndose de todos, alcanzó a darnos una sonrisa tímida antes que otro estirón se lo llevara más allá del cielo gris.
Al otro día, cientos de aves jugueteaban alrededor de su cintura, que era lo más alto de su cuerpo que podíamos ver. Y horas después, sus rodillas rozaban con el mismo sol. De a poco, nuestro Flopes querido, se nos iba desapareciendo.
Al tercer día, solo veíamos las suelas de sus zapatos gigantes, con sus pasadores sin amarrar que llegaban al suelo.
Desde ese día, nos dimos cuenta que Flopes dejó de crecer porque pasaron varios días y ya no temblaba la tierra.
A la semana, de tanto extrañarlo, llegaron a la ciudad, todos los animales de la aldea de Flopes.
Entonces, ellos, junto a Tisca, empezaron a trepar por los pasadores de los zapatos, llevando en sus espaldas, alimentos para Flopes y para ellos mismos. Irían a como dé lugar hasta la cabeza de Flopes, para decirle cuánto lo querían y que no iban a permitir que se muriera de hambre por donde estuviera.
Tisca iba delante de la valiente caravana de caballos, vacas, patos, burros, gallinas, conejos, ovejas, gallos y toros.
-¡Flopes, allá vamos!- gritó alguien.
Y empezaron a subir poco a poco por el cuerpo de Flopes.
Pero casi al llegar al primer mes de viaje, cuando estaban cerca de la rodilla de Flopes, surgió un problema: ya no tenían qué comer. Felizmente, abajo, la gente generosa previno este problema y empezaron a enviarles alimentos cada cierto tiempo a través de naves espaciales, que solo podían volar hasta la cintura, no más arriba.
Fatigados por el esfuerzo, entre millares de estrellas, Tisca y sus compañeros llegaron a la mano izquierda de Flopes, que la tenía apoyada en su pierna.
-¡Flopes, paciencia,hermano mío, que ya pronto llegamos!- gritó emocionadoTisca, besando un dedo de su hermano.
Tisca estaba casi seguro de que seres generosos de algún planeta desconocido estuvieran alimentando a Flopes, porque sintió sus movimientos todo ese largo tiempo y eso significaba que Flopes estaba con vida.
Al rayar el cuarto mes de viaje, todos sonrieron cuando ya casi llegaban al hombro izquierdo de Flopes. Pero surgió otro problema: la comida se les acababa. Así que Tisca y sus amigos tuvieron que racionar los últimos alimentos que les entregaron hasta poder llegar a su destino.

Presurosos treparon durante varios días más hasta llegar al cuello. Y tardaron una semana más hasta llegar a los suaves labios de su boca triste. Y otra más para recorrer toda la nariz.
Hasta que al fin, casi hambrientos pero con los rostros victoriosos, Tisca y los animales llegaron a los ojos dormidos de Flopes.
-¡Flopes! ¡Flopes! ¡Flopes!- gritaban todos, saltando de alegría encima de los párpados.
Flopes, al escuchar unos ruiditos extraños, despertó y casi se desmaya de la felicidad cuando luego de mucho esfuerzo reconoció a su hermano Tisca y a sus amigos del establo y la granja. Sus ojos se humedecieron y tuvo que retener las lágrimas para no ahogar a su hermano y a sus amigos.
Todos vieron que su cabeza estaba estancada a un costado de un planeta deshabitado, todo verde, y que por éso ya no podía crecer. Y que, felizmente, Flopes había sobrevivido comiendo la abundante fruta que había allí y bebiendo de unos lagos milenarios.
Desde entonces, Tisca y los animales fundaron una aldea en ese nuevo mundo al que llamaron Flopan.

Allí construyeron sus casas, donde siembran y cosechan sus alimentos. Donde todas las tardes, como antes, Flopes alimenta a sus amigos.
Donde los ríos pacíficos se han formado de las lágrimas de alegría de Flopes, y los vientos frescos, de su cándido respirar.
Y donde el tiempo se calcula con las palpitaciones de los tic tacs del reloj alborozado que es su gigante corazón.




New York, Setiembre, 2006