Saturday, January 14, 2006

DON CONEJON OLVIDON


Don Conejón andaba echando humo de lo molesto que estaba. El era el de las palabras más bonitas, al que contrataban en las fiestas del bosque para que dé los discursos más hermosos, y resulta que, de un momento a otro, la memoria le estaba fallando, pues se olvidaba de los nombres o palabras constantemente.

Una semana atrás, se le antojó comer en un restaurante y empezó a tomar una sopa riquísima, pero olvidó el nombre de esa cosita roja que se echa para que pique la lengua.

-Mozo, traigame el……..- dijo, sin terminar de hablar, poniendo una cara de gran preocupación. Se concentró unos segundos para poder recordar el nombre, pero fué inútil.

-¿Qué le traigo, don Conejón?- preguntó Ardillín, el mozo.

Don Conejón, avergonzado de olvidar el nombre, le dijo al mozo que ya no quería nada. Luego, fue corriendo desesperado a su casa y preguntó a doña Conejona, su esposa, cómo diablos se llamaba esa cosa que pica la lengua. Ella, se echó a reír, haciéndolo sufrir largo rato al no darle la respuesta, castigándolo por preferir comer en un restaurante y no la suculenta ensalada de zanahoria que ella le había preparado con tanto cariño.

-Es facilísimo, tiene tres letras- le dijo ella, terminando de comer un trozo de galleta. Al ver que don Conejón no recordaba, le propuso que le trajera unos chocolates a cambio de decirle la respuesta. Don Conejón voló a la tienda y en un instante regresó con los chocolates.

-Ya, mujer, dímelo de una vez- rogó don Conejón

-Aaaa...- dijo ella, esperando que él terminara la palabra.

-¿Aaaa... qué, mujer? Dímelo que ya me estoy desesperando- dijo don Conejón, impaciente.

-¡Ají!- al fin dijo ella, comiéndose un chocolate. Don Conejón, de inmediato, apuntó la palabra en un papelito para recordarla en otra ocasión. Al poco tiempo, ya en el papelito no cabía una palabra más y tuvo la necesidad que comprar una libreta para apuntar tantas palabras olvidadas.

Pero, hoy en la mañana, sucedió que don Conejón caminaba hacia el Correo, pensando qué le regalaría a sus hijos en las próximas navidades, cuando de pronto tropezó con una gata vieja, tumbándola al suelo.

-Perdóneme, doña Gatuna, perdóneme, es que yo estaba ….yo estaba...- dijo don Conejón, sin terminar, pasmado de olvidarse de otra palabra nuevamente.

-Yo estaba……- insistió en recordar esa palabra que había huido de su memoria.

-No se preocupe, don Conejón, ya sé que usted estaba apresurado, yo comprendo- dijo, sin enojarse ella, levantándose para continuar su camino.

Aún con su cara pensativa, don Conejón sabía que la palabra “apresurado” no era la que se le había olvidado. Era otra. Y como anteriormente, corrió a casa a pedir ayuda a su esposa.

Pero ahora, doña Conejona, ya no iba a darle la respuesta tan fácilmente. Pensaba que le estaba haciendo un daño en no dejar que él mismo recordara las palabras olvidadas. Creía que don Conejón era flojo para hacer trabajar a su memoria.

-¡Que no te lo diré! ¡Tú mismo tienes que recordarlo!- le dijo muy firme, ella, con los brazos cruzados.

-Pídeme lo que quieras, todos los chocolates del mundo, la ropa más linda, las zanahorias más deliciosas de Holanda, todo lo que quieras. ¡Pero dímelo por el amor de Dios!- dijo don Conejón, suplicando casi hasta las lágrimas.

-¡Que no!

-Te lo ruego…

-¡Que nooo, he dicho!

Triste, de no saber la palabra, don Conejón deambuló cabizbajo por el bosque. Todo el mundo tuvo pena de él, porque lloraba y renegaba de su memoria traidora.

-Será porque ya estoy viejo- decía, secándose las lágrimas, sin saber a dónde iba y sin ganas de regresar a comer, a pesar que ya había anochecido.

Alguien, entonces, le dijo a doña Conejona que su esposo casi se cae al río por lo pensativo que andaba. Ella, compadeciéndose de don Conejón, fue a buscarlo por todas partes para decirle la palabra que él había olvidado y regresarlo casa para que comiera.

Cuando lo vio de lejos, casi cruzando la carretera, le gritó:

-¡Conejón, regresa, que te diré la palabra!

Pero don Conejón, por estar concentrado en sus penas, fue atropellado por una camioneta.

-¡Conejónnnnn! ¡Mi amorrr! ¡Mi Conejón querido!- se echó a llorar doña Conejona, abrazando a su esposo que yacía moribundo en la pista.

Un gorila, que era el chofer de la camioneta, bajó asustado para decir que él no tenía la culpa de lo sucedido.

-El señor se me cruzó intempestivamente, señora, se lo juro- dijo el gorila muy nervioso.

-¡Yo tengo la culpa! ¡Yo tengo la culpa por no haberle dicho la palabra que había olvidado!- gritaba arrepentida doña Conejona.

El gorila, aún asustado, sin comprender nada, le preguntó a doña Conejona qué era lo que no le había dicho a don Conejón.

Entonces, a ella, por la desesperación, a ella también se le olvidó ésa palabra.

-¿Qué no le dijo a él, señora?- insistió el gorila, curioso.

De pronto, don Conejón fue despertando poco a poco de su desmayo. Al ver a su esposa, le preguntó por esa palabra.

Ella, continuó llorando por dos motivos: por las heridas de don Conejón y por no recordar ella misma esa palabra.

Cuando el gorila vio que don Conejón abrió los ojos, le dijo:

-Perdóneme, señor, no quise atropellarlo, se lo juro por mis diez hijos. Quizás, usted estaba DISTRAIDO.

-¡Esa es, "distraído", esa es la palabra que olvidé!- gritó emocionado Don Conejón.

De inmediato, recobró las fuerzas y se incorporó para besar a doña Conejona. Le agradeció al gorila (que aún no comprendía nada) por el favor que le hizo de casualidad. Entonces, lo llevaron a hospital donde le curaron sus heridas.

De vuelta a casa, antes de acostarse, con la cabeza vendada, don Conejón escribió esa palabra bien clarita en su libreta para que nunca más tenga que rebuscarla en su frágil memoria y corra el riesgo de dejar viuda a su amada doña Conejona y huérfanos a sus queridos hijos por andar DISTRAIDO.




Enero 14, 2006

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