EL DADO
Humbertito fue el primero que lo vio poco antes de amanecer. Era un enorme dado como de cuatro metros de alto, reposando en el medio del parque. Minutos después, alguien también lo descubrió y pasó la voz a todo el vecindario. Entonces, al rato, ya todo el mundo rodeaba asombrado a ese misterioso dado gigantesco que se apareció asi nomás. Un dado blanco con sus puntos negros que indicaban el número de cada cara. ¿De dónde vino? ¿Y para qué vino?. Nadie lo sabía.
El número "dos", el "cinco", el "tres" y el "cuatro", eran los números que se podían ver a los costados. Pero había que subir para saber si era el "seis" o el "uno" el que estaba arriba.
Al principio tenían miedo de tocarlo. Se miraban los unos a los otros para ver quién era el valiente en hacerlo. Hasta que una viejita, que había llegado a duras penas con su bastón, extendió sin miedo su mano arrugada para tocarlo. Como no le pasó nada, todos también tocaron al dado por largo rato, comprobando que era un dado de madera.
Cuando trataron de empujarlo se alarmaron de no poder moverlo ni siquiera un centímetro. Ni la grúa que trajeron pudo arrancarlo del parque. Era pesadísimo, como si estuviera hecho de toneladas de acero.
-Dado del demonio- dijeron algunos y se alejaron asustados de él.
Pero al mediodía, a pesar de las advertencias de sus padres, ya varios muchachos se colgaban sin temor en el dado inofensivo. Y por ellos se supo que arriba estaba el número "seis" y que por lo tanto, abajo estaba el "uno", bien enterrado.
Desde entonces, Humbertito, que vendía golosinas en la puerta de su casa, se entretenía viendo a las niñas haciendo rondas alrededor del dado y a los ágiles chicos que se las ingeniaban para subir y brincar sobre él.
Humbertito, cuánto hubiese deseado estar allí y jugar con ellos, pero el problema era que cojeaba de una pierna por culpa de la polio que lo atacó de bebé.
Humbertito fue el primero que lo vio poco antes de amanecer. Era un enorme dado como de cuatro metros de alto, reposando en el medio del parque. Minutos después, alguien también lo descubrió y pasó la voz a todo el vecindario. Entonces, al rato, ya todo el mundo rodeaba asombrado a ese misterioso dado gigantesco que se apareció asi nomás. Un dado blanco con sus puntos negros que indicaban el número de cada cara. ¿De dónde vino? ¿Y para qué vino?. Nadie lo sabía.
El número "dos", el "cinco", el "tres" y el "cuatro", eran los números que se podían ver a los costados. Pero había que subir para saber si era el "seis" o el "uno" el que estaba arriba.
Al principio tenían miedo de tocarlo. Se miraban los unos a los otros para ver quién era el valiente en hacerlo. Hasta que una viejita, que había llegado a duras penas con su bastón, extendió sin miedo su mano arrugada para tocarlo. Como no le pasó nada, todos también tocaron al dado por largo rato, comprobando que era un dado de madera.
Cuando trataron de empujarlo se alarmaron de no poder moverlo ni siquiera un centímetro. Ni la grúa que trajeron pudo arrancarlo del parque. Era pesadísimo, como si estuviera hecho de toneladas de acero.
-Dado del demonio- dijeron algunos y se alejaron asustados de él.
Pero al mediodía, a pesar de las advertencias de sus padres, ya varios muchachos se colgaban sin temor en el dado inofensivo. Y por ellos se supo que arriba estaba el número "seis" y que por lo tanto, abajo estaba el "uno", bien enterrado.
Desde entonces, Humbertito, que vendía golosinas en la puerta de su casa, se entretenía viendo a las niñas haciendo rondas alrededor del dado y a los ágiles chicos que se las ingeniaban para subir y brincar sobre él.
Humbertito, cuánto hubiese deseado estar allí y jugar con ellos, pero el problema era que cojeaba de una pierna por culpa de la polio que lo atacó de bebé.
A pesar de su corta edad, se las arreglaba para vivir solo en la casita que le dejaron sus padres fallecidos y subsistiendo con el negocio de las golosinas.
El muchacho escribía y mandaba cartas cada semana a su amigo Oscar, que vivía en un país lejano, contándole sobre su vida y sus anhelos. Humbertito siempre le expresaba su sueño de tener su pierna sana algún día para jugar al fútbol que tanto le gustaba. Y le contó sobre la llegada del dado gigante.
Con el tiempo, el pobre dado, que llegó tan bonito y tan limpiecito, se tornó feo y asqueroso. Sus caras lucían arañadas, embarradas y pintarrajeadas, y hasta olía mal porque nadie lo limpiaba.
Una madrugada, cuando no había ni un alma en el parque, Humbertito, llevó un balde con agua, detergente y un trapo, y los puso al pie del dado. Luego tuvo la paciencia de regresar y traer una escalera alta. Entonces, trepado de ella, empezó a lavar los cuatro costados del dado y al techo también, al cual subió con gran dificultad. Una hora después, dejó al dado impecable.
Al día siguiente, los muchachos se alegraron de ver al dado bien bañadito, tan blanquito como vino, sin saber quién lo había hecho. Pero no duró por mucho tiempo, pues a la semana siguiente ya estaba otra vez horrible y apestando.
Entonces, como tenía pena de verlo así, Humbertito, otra madrugada hizo lo mismo: llevó el balde con agua, el detergente , el trapo y la escalera, y lo bañó con mucho cariño hasta dejarlo bien aseado.
Pero luego, cuando regresaba a casa, sintió un ruido detrás de él. Volteó y casi se desmaya del asombro cuando vio que el dado venía rodando hacia él. Se detuvo en sus narices y le mostró la cara del número "uno".
-No tengas miedo, no te haré daño. Soy un dado que gusta de los niños generosos. Y como tú eres un muchacho bueno y fuiste el único que me limpió, te recompensaré con lo que más desees. Entra.- le dijo con voz amable el dado.
De pronto, la cara del número "uno" se abrió, y por allí Humbertito ingresó. Entonces el dado empezó a rodar y desapareció para siempre.
Al amanecer todo el mundo se sorprendió de no ver al dado. Pero más aún, quedaron desconcertados por la ausencia de Humbertito.
Sólo Oscar, el amigo del país lejano, tuvo noticias de Humbertito a las pocas semanas, cuando le llegó una carta de él.
Oscar se alegró muchísimo cuando terminó de leerla.
El muchacho escribía y mandaba cartas cada semana a su amigo Oscar, que vivía en un país lejano, contándole sobre su vida y sus anhelos. Humbertito siempre le expresaba su sueño de tener su pierna sana algún día para jugar al fútbol que tanto le gustaba. Y le contó sobre la llegada del dado gigante.
Con el tiempo, el pobre dado, que llegó tan bonito y tan limpiecito, se tornó feo y asqueroso. Sus caras lucían arañadas, embarradas y pintarrajeadas, y hasta olía mal porque nadie lo limpiaba.
Una madrugada, cuando no había ni un alma en el parque, Humbertito, llevó un balde con agua, detergente y un trapo, y los puso al pie del dado. Luego tuvo la paciencia de regresar y traer una escalera alta. Entonces, trepado de ella, empezó a lavar los cuatro costados del dado y al techo también, al cual subió con gran dificultad. Una hora después, dejó al dado impecable.
Al día siguiente, los muchachos se alegraron de ver al dado bien bañadito, tan blanquito como vino, sin saber quién lo había hecho. Pero no duró por mucho tiempo, pues a la semana siguiente ya estaba otra vez horrible y apestando.
Entonces, como tenía pena de verlo así, Humbertito, otra madrugada hizo lo mismo: llevó el balde con agua, el detergente , el trapo y la escalera, y lo bañó con mucho cariño hasta dejarlo bien aseado.
Pero luego, cuando regresaba a casa, sintió un ruido detrás de él. Volteó y casi se desmaya del asombro cuando vio que el dado venía rodando hacia él. Se detuvo en sus narices y le mostró la cara del número "uno".
-No tengas miedo, no te haré daño. Soy un dado que gusta de los niños generosos. Y como tú eres un muchacho bueno y fuiste el único que me limpió, te recompensaré con lo que más desees. Entra.- le dijo con voz amable el dado.
De pronto, la cara del número "uno" se abrió, y por allí Humbertito ingresó. Entonces el dado empezó a rodar y desapareció para siempre.
Al amanecer todo el mundo se sorprendió de no ver al dado. Pero más aún, quedaron desconcertados por la ausencia de Humbertito.
Sólo Oscar, el amigo del país lejano, tuvo noticias de Humbertito a las pocas semanas, cuando le llegó una carta de él.
Oscar se alegró muchísimo cuando terminó de leerla.
Se enteró que Humbertito era totalmente feliz en el mundo de los dados, donde estaría por algún tiempo junto a otros niños generosos que, como él, habían lavado otros dados. Un lugar increíble donde se navegaba por ríos multicolores sobre barcos de dados y se volaba entre nubes cantoras sobre aviones de dados.
Supo que a Humbertito le habían curado su pierna y que ya podía jugar al fútbol y metía muchos goles en un estadio de dados.
A las pocas semanas, el dado que se lo llevó, lo regresó a casa una madrugada, sin que nadie los vea.
Por la mañana, todo el mundo se alegró de ver de nuevo a Humbertito. Mas, se asombraron de que ya caminaba normalmente, sin cojear.
De tanto que le preguntaban por el milagro de su pierna sana, Humbertito les mintió que viajó hasta un hospital lejano, donde lo operaron y arreglaron el problema.
-Si les cuento la verdad, de seguro que si regresa el dado y volviese a ensuciarse, todos querrían lavarlo solo por interés- pensaba Humbertito, mientras corría junto con sus amigos, cargando una pelota con dibujos de dados, rumbo a una cancha de fútbol, para demostrar lo bueno que era para meter muchos goles.
Enero, 15, 2006
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