Thursday, August 24, 2006

LA PAPA SENTADA

Poco antes que amaneciera el lunes, sentadita sobre la mesa de las verduras, estaba la papa, silenciosa y pensativa.

A su costado, yacía dormida una cebolla gorda, roncando de lo más bien, como si no le importara que dentro de pocas horas la hicieran pedazos para convertirla en una deliciosa ensalada.

-¡Quién como ella! Sabe que pronto se la comerán y está de lo más tranquila- reflexionó la papa, alumbrada por los primeros rayos de sol que penetraban por una ventana.

Con la mirada nostálgica, toda la madrugada no pudo dormir por pensar en los juegos mecánicos que los disfrutó horas antes y por renegar de su mala suerte: ser papa, el alimento favorito de todo el mundo.

Con ella, ¡uuufff, cuántos platos suculentos se podían preparar!

Y para colmo, se lamentaba de ser una papa bonita y grandecita, tal como le gustaba a esa señora que la compró en el mercado el domingo por la mañana.

- ¿Por qué no fui una papa fea?- se preguntó amargamente, cuando se la llevaban dentro de una bolsa, junta con otras papas, con la cebolla, el arroz y el pollo.

Pero al menos, tuvo suerte esa mañana, porque a la hora de cocinar, la mujer escogió a otras papas y no a ella. La papa dió un suspiro de alivio. Podía vivir, al menos, un día más.

Mientras la mujer metía a las papas en la olla humeante, la papa se despedía de todas ellas.

-¡Adiós, hermanas papas! ¡Ya nos veremos en el Paraíso!- gritaba en silencio, agitando sus manitos tristes.

Al rato, un niño, que era hijo de la mujer, ingresó al cuarto de la cocina para contarle a ella sobre unos juegos mecánicos que habían llegado al barrio. Y hablaba con tanta emoción que la papa se llenó de curiosidad.

-¡La Silla Voladora! ¡El Tran Fantasma! ¡Los Carros Chocones! ¡La Montaña Rusa!- exclamaba el muchacho apasionadamente.

La papa, entonces, cerró los ojos y empezó a imaginarse con esos juegos desconocidos para ella.

-¿Cómo serían? ¡Seguro que lindos! ¡Divertidísimos!- pensaba con deleite.

Así se la pasó toda la tarde del domingo, soñando con esos juegos que rogaba conocer.

Al llegar la noche, escuchó un ruido extraño. Vio que un pericote huía de un gato, escondiéndose entre los cajones de un viejo repostero.

De inmediato, a la papa se le ocurrió una idea.

-Gato, te digo donde está escondido el pericote, con la condición de que me hagas un favor- le propuso al gato, segura que él aceptaría.

-Si el favor está a mi alcance, seguro que sí- dijo el gato.

-Llévame a los juegos mecánicos- dijo la papa.

El gato aceptó la oferta y no tardó mucho en devorar al pericote en los jardines, luego que la papa le dijera dónde estaba escondido el roedor. Entonces, el gato subió a la papa sobre su lomo y cumplió con llevarla a los juegos.


En ese pequeño mundo de fantasía, ¡cuán feliz fue la papa aquella noche dominical!
ٕ
¡Oh, la Silla Voladora!, volando risueña muy en alto sobre ella, mareándose dichosa de tantas vueltas y vueltas interminables.

¡Y el Tren Fantasma!, con sus divertidas calaveras y arañas gigantes que amenazaban atraparla.

¡Y los Carros Chocones!, estrellando su carrito travieso contra los carritos de unos niños que se mataban de la risa.

¡Oh, la Montaña Rusa!, esa sí que fue estupenda, colosal. Qué valiente para haberse subido allí. Cómo corría esa larga fila de cochecitos por aquel laberinto inmenso de fierros. Y ¡qué nervios! ¡qué vértigo que sintió!, cuando, desde lo más alto, bajó velozmente por la caída de los rieles estrechos.

¡Ahhh, qué noche tan bella para ella! ¡Qué no daría por estar siempre allí! Pero solo era una simple papa y no un niño como todos esos niños que se veían tan contentos.

A medianoche, volvió con el gato al cuarto de la cocina.

-Ser papa, qué mala suerte, no como el niño de la casa que irá a los juegos todas las veces que quiera- renegaba cabizbaja toda la madrugada.

Despertó a la cebolla para entretener sus penas.

-Cebolla, ¿no tienes miedo de que pronto te cocinen?

La cebolla abrió un ojo y se echó a reir.

-Ja, ja, ja, ¿miedo yo?, ja,ja, ja, nooo. Al contrario, contenta de alimentar a la gente- respondió la cebolla y continuó durmiendo y roncando como si nada.

Al amanecer, cuando ya el sueño la vencía, la papa escuchó los pasos de la mujer que venía. La papa sintió miedo. La mujer, puso una olla grande llena de agua sobre la cocina prendida. La papa empezó a temblar.

Al rato, ingresó el hijo de la mujer, saludándola con un beso en la mejilla.

-¿Puré?- preguntó la mujer al niño.

-Si, mamá, puré de papa. Es mi favorito- dijo el pequeño, sentándose sobre un banquito para esperar su comida.

Entonces, la mujer se acercó a la mesa de las verduras para escoger a las papas.
La papa cerró los ojos y rogó con toda el alma que no la escogiera. Pero no fue así. Sintió la mano húmeda de la mujer que la cogía.

Mientras la pelaban, la papa se resistió a llorar. Intentó darse coraje en esos instantes tan difíciles.

Ya peladita, la dejaron otra vez sentada sobre la mesa. Serenamente, esperó resignada el momento del adiós de su corta vida.

Poco después, justo cuando la iban a arrojar al agua hirviente, la papa alcanzó a imaginar con una enorme sonrisa, la dulce y maravillosa sensación que era volar por los cielos sobre una silla voladora.



New York, Marzo, 2006

0 Comments:

Post a Comment

<< Home