Wednesday, September 20, 2006


FLOPES


¿Qué será de Flopes?, nos preguntábamos una semana después que empezó a crecer y crecer sin que nada ni nadie pudiese evitar que se nos perdiera por el espacio infinito.
De él, solo veíamos sus zapatos negros que llegaban hasta el cielo.
Fue Tisca, su hermano mayor, el primero en darse cuenta del problema.
Como todos los días, Tisca le encomendó a Flopes llevar la comida a los animales del establo y la granja. Cuando Flopes terminó de hacer su trabajo y regresó a casa, asustó tremendamente a Tisca. Flopes, que antes apenas le llegaba al hombro, ahora era de su tamaño.
Alarmado, Tisca corrió a la ciudad a traer a un médico y cuando volvíó con éste, ya Flopes llegaba al techo de la casa.
-Hagan algo que tengo miedo- dijo Flopes con voz temblorosa, espantado del fenómeno que lo hacía crecer y crecer.
Por más remedios que le dieron no lograron detener que siguiera estirándose.
Desesperados, lo llevaron a la Capital, para internarlo en los mejores hospitales. Lo examinaron muchos médicos pero no lograron descubrir por qué crecía de rato en rato.
Por último, tuvieron que meterlo a un edificio de 10 pisos, con la esperanza de que el techo detuviera el crecimiento. Pero fue un fracaso. A las pocas horas, Flopes reventó en mil pedazos al pobre edificio de un descomunal estirón.
Ya no se podía hacer nada. Flopes, iba camino al cielo. Y cada vez que crecía la tierra temblaba.
-Tengo hambre- dijo, con su voz tierna, cuyo eco melancólico llegó hasta su lejana aldea y entristeció a los caballos, a los toros, a las vacas, a las ovejas, a los burros, a las gallinas, a los conejos, a los gallos y a los patos, que tanto lo querían.
Fue necesario, entonces, enviar varios helicópteros con toneladas de alimentos para llegar hasta cabeza de Flopes y darle de comer.
Se convirtió, así, en la principal noticia en el mundo entero. En todos los países lo veían por televisión y hasta muchos rezaban para que no siguiera creciendo.
Cuando llegó la noche, los cabellos de Flopes rozaban las nubes. Se le veía cansado. Bostezó y buscó un lugar donde echarse. Pero no pudo porque a sus costados solo habían edificios, casas y millares de curiosos que lo rodeaban.
Al amanecer del día siguiente, como despidiéndose de todos, alcanzó a darnos una sonrisa tímida antes que otro estirón se lo llevara más allá del cielo gris.
Al otro día, cientos de aves jugueteaban alrededor de su cintura, que era lo más alto de su cuerpo que podíamos ver. Y horas después, sus rodillas rozaban con el mismo sol. De a poco, nuestro Flopes querido, se nos iba desapareciendo.
Al tercer día, solo veíamos las suelas de sus zapatos gigantes, con sus pasadores sin amarrar que llegaban al suelo.
Desde ese día, nos dimos cuenta que Flopes dejó de crecer porque pasaron varios días y ya no temblaba la tierra.
A la semana, de tanto extrañarlo, llegaron a la ciudad, todos los animales de la aldea de Flopes.
Entonces, ellos, junto a Tisca, empezaron a trepar por los pasadores de los zapatos, llevando en sus espaldas, alimentos para Flopes y para ellos mismos. Irían a como dé lugar hasta la cabeza de Flopes, para decirle cuánto lo querían y que no iban a permitir que se muriera de hambre por donde estuviera.
Tisca iba delante de la valiente caravana de caballos, vacas, patos, burros, gallinas, conejos, ovejas, gallos y toros.
-¡Flopes, allá vamos!- gritó alguien.
Y empezaron a subir poco a poco por el cuerpo de Flopes.
Pero casi al llegar al primer mes de viaje, cuando estaban cerca de la rodilla de Flopes, surgió un problema: ya no tenían qué comer. Felizmente, abajo, la gente generosa previno este problema y empezaron a enviarles alimentos cada cierto tiempo a través de naves espaciales, que solo podían volar hasta la cintura, no más arriba.
Fatigados por el esfuerzo, entre millares de estrellas, Tisca y sus compañeros llegaron a la mano izquierda de Flopes, que la tenía apoyada en su pierna.
-¡Flopes, paciencia,hermano mío, que ya pronto llegamos!- gritó emocionadoTisca, besando un dedo de su hermano.
Tisca estaba casi seguro de que seres generosos de algún planeta desconocido estuvieran alimentando a Flopes, porque sintió sus movimientos todo ese largo tiempo y eso significaba que Flopes estaba con vida.
Al rayar el cuarto mes de viaje, todos sonrieron cuando ya casi llegaban al hombro izquierdo de Flopes. Pero surgió otro problema: la comida se les acababa. Así que Tisca y sus amigos tuvieron que racionar los últimos alimentos que les entregaron hasta poder llegar a su destino.

Presurosos treparon durante varios días más hasta llegar al cuello. Y tardaron una semana más hasta llegar a los suaves labios de su boca triste. Y otra más para recorrer toda la nariz.
Hasta que al fin, casi hambrientos pero con los rostros victoriosos, Tisca y los animales llegaron a los ojos dormidos de Flopes.
-¡Flopes! ¡Flopes! ¡Flopes!- gritaban todos, saltando de alegría encima de los párpados.
Flopes, al escuchar unos ruiditos extraños, despertó y casi se desmaya de la felicidad cuando luego de mucho esfuerzo reconoció a su hermano Tisca y a sus amigos del establo y la granja. Sus ojos se humedecieron y tuvo que retener las lágrimas para no ahogar a su hermano y a sus amigos.
Todos vieron que su cabeza estaba estancada a un costado de un planeta deshabitado, todo verde, y que por éso ya no podía crecer. Y que, felizmente, Flopes había sobrevivido comiendo la abundante fruta que había allí y bebiendo de unos lagos milenarios.
Desde entonces, Tisca y los animales fundaron una aldea en ese nuevo mundo al que llamaron Flopan.

Allí construyeron sus casas, donde siembran y cosechan sus alimentos. Donde todas las tardes, como antes, Flopes alimenta a sus amigos.
Donde los ríos pacíficos se han formado de las lágrimas de alegría de Flopes, y los vientos frescos, de su cándido respirar.
Y donde el tiempo se calcula con las palpitaciones de los tic tacs del reloj alborozado que es su gigante corazón.




New York, Setiembre, 2006
















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