LUSIM, EL MAGO
Nunca se vió a tantos niños trotando por los caminos de la cordillera. ¿Cuántos eran? ¿Cien?¿Trescientos? ¿Quinientos?. Quizás más. Era un ejército infantil buscando a Lusim, el Mago.
Al fin, una mañana helada, lo hallaron dormido en las orillas de un lago, con la varita mágica en su mano derecha, el sombrero negro de copa en la cabeza pelada y cubriéndose del frío con su capa roja.
Lo cargaron sobre sus cabezas e iniciaron el largo viaje de retorno.
-¡¿A dónde me llevan?¿Quienes son ustedes?!- protestaba Lusim por el camino, sin que nadie le diga nada.
Durante algunos días, en silencio, cruzaron montes, ríos, prados, anocheceres, montañas, bosques, atardeceres, lluvias, aldeas; como una procesión esperanzada en un milagro.
Y por todos los lugares donde pasaron, la gente saludaba a Lusim y le agradecía en voz alta por todo lo que él había hecho por ellos. Pues, gracias a la generosidad de su magia, detuvo muchos terremotos; trajo la lluvia a los campos que se morían de sed; de su sombrero sacaba juguetes que regalaba a los niños en sus cumpleaños; de sus manos vacías aparecían dentaduras postizas que necesitaban los viejitos desmuelados que tenían verguenza de reirse; hizo que los mares se llenaran de variedad de peces; que de las plantas peladas brotaran abundante fruta, y muchas otras cosas más.
Estaba dormido Lusim, cuando sintió que los niños detuvieron su marcha y lo bajaron con cuidado. No pudo reconocer aquel lugar por la total oscuridad de la madrugada.
-Perdona, hermano Mago, por traerte sin permiso. Pero era necesario hacerlo- oyó la voz serena de un muchacho.
-¿Quienes son ustedes? ¿En dónde estoy? ¿Para qué me han traído?- preguntó enojado, Lusim. Pero nadie respondió.
Entonces, el amanecer, con sus pinceles en mano, poco a poco le fue pintando al pueblo más triste y pobre del mundo.
Lusim se quedó mudo de tanta miseria a la vista: casuchas polvorientas de cartones y madera apolillada, hombres, mujeres y niños esqueléticos, descalzos y vestidos de harapos y las chacras con sus sembríos podridos.
Lusim, se dió cuenta que todos miraban ilusionados a su varita mágica.
-Vamos, hermano Mago, hágalo de una vez- le dijo otro muchacho.
Lusim bajó la cabeza y su rostro se tornó pálido de la pena. Recién comprendió para qué lo habían traído allí.
-Por favor, Hermano Mago, no perdamos tiempo, hágalo ya. Borre con su varita mágica la pobreza de nuestro pueblo- dijo una niña de trenzas largas.
Lusim, con una sonrisa nerviosa, empezó a temblar.
-No puedo. Cuánto quisiera hacerlo, pero es imposible- dijo secándose el sudor con su pañuelo verde. Pero la gente del pueblo parecía no creerle.
-Sí puede, hermano Mago, usted sí puede. Es el mejor de todos los magos. Quizás usted se ha molestado porque lo trajimos a la fuerza. Pero, perdónenos, era necesario hacerlo. Haga que su varita mágica trabaje de una vez, hermano Mago- dijo un niño larguirucho.
-¡No, no, no puedo!¡Créanme, no estoy molesto con ustedes! ¡Qué no daría por desaparecer toda esta miseria! ¡Pero es imposible! ¡No puedo, no puedo!- dijo llorando Lusim.
Pidió que lo perdonaran. Confesó que toda su magia era pura mentira, que todo lo que había hecho fue a base de trucos. Juró que no era un mago de verdad.
Los niños lo rodearon y lo abrazaron para decirle que no llorara. Se resignaron a pensar que ya alguna vez nacerá un mago de verdad para que liquide la pobreza que padecían.
-Ya no llore, hermano Mago, ya no llore que nos va a poner más tristes de lo que estamos- dijo otra niña, cargando la muñeca que alguna vez le regaló el mago.
Y Lusim, cabizbajo, dió media vuelta y abandonó derrotado aquel pueblo ruinoso.
En el camino, casi un millar de niños pasaron corriendo por su lado. Entonces, Lusim, con su capa roja que el viento hacía flamear, corrió detrás de ellos para acompañarlos a buscar a ese mago milagroso, que con su varita mágica, algún día, pueda desaparecer para siempre todo lo malo que arruina la vida de los hombres.
New York, Setiembre , 2006
Al fin, una mañana helada, lo hallaron dormido en las orillas de un lago, con la varita mágica en su mano derecha, el sombrero negro de copa en la cabeza pelada y cubriéndose del frío con su capa roja.
Lo cargaron sobre sus cabezas e iniciaron el largo viaje de retorno.
-¡¿A dónde me llevan?¿Quienes son ustedes?!- protestaba Lusim por el camino, sin que nadie le diga nada.
Durante algunos días, en silencio, cruzaron montes, ríos, prados, anocheceres, montañas, bosques, atardeceres, lluvias, aldeas; como una procesión esperanzada en un milagro.
Y por todos los lugares donde pasaron, la gente saludaba a Lusim y le agradecía en voz alta por todo lo que él había hecho por ellos. Pues, gracias a la generosidad de su magia, detuvo muchos terremotos; trajo la lluvia a los campos que se morían de sed; de su sombrero sacaba juguetes que regalaba a los niños en sus cumpleaños; de sus manos vacías aparecían dentaduras postizas que necesitaban los viejitos desmuelados que tenían verguenza de reirse; hizo que los mares se llenaran de variedad de peces; que de las plantas peladas brotaran abundante fruta, y muchas otras cosas más.
Estaba dormido Lusim, cuando sintió que los niños detuvieron su marcha y lo bajaron con cuidado. No pudo reconocer aquel lugar por la total oscuridad de la madrugada.
-Perdona, hermano Mago, por traerte sin permiso. Pero era necesario hacerlo- oyó la voz serena de un muchacho.
-¿Quienes son ustedes? ¿En dónde estoy? ¿Para qué me han traído?- preguntó enojado, Lusim. Pero nadie respondió.
Entonces, el amanecer, con sus pinceles en mano, poco a poco le fue pintando al pueblo más triste y pobre del mundo.
Lusim se quedó mudo de tanta miseria a la vista: casuchas polvorientas de cartones y madera apolillada, hombres, mujeres y niños esqueléticos, descalzos y vestidos de harapos y las chacras con sus sembríos podridos.
Lusim, se dió cuenta que todos miraban ilusionados a su varita mágica.
-Vamos, hermano Mago, hágalo de una vez- le dijo otro muchacho.
Lusim bajó la cabeza y su rostro se tornó pálido de la pena. Recién comprendió para qué lo habían traído allí.
-Por favor, Hermano Mago, no perdamos tiempo, hágalo ya. Borre con su varita mágica la pobreza de nuestro pueblo- dijo una niña de trenzas largas.
Lusim, con una sonrisa nerviosa, empezó a temblar.
-No puedo. Cuánto quisiera hacerlo, pero es imposible- dijo secándose el sudor con su pañuelo verde. Pero la gente del pueblo parecía no creerle.
-Sí puede, hermano Mago, usted sí puede. Es el mejor de todos los magos. Quizás usted se ha molestado porque lo trajimos a la fuerza. Pero, perdónenos, era necesario hacerlo. Haga que su varita mágica trabaje de una vez, hermano Mago- dijo un niño larguirucho.
-¡No, no, no puedo!¡Créanme, no estoy molesto con ustedes! ¡Qué no daría por desaparecer toda esta miseria! ¡Pero es imposible! ¡No puedo, no puedo!- dijo llorando Lusim.
Pidió que lo perdonaran. Confesó que toda su magia era pura mentira, que todo lo que había hecho fue a base de trucos. Juró que no era un mago de verdad.
Los niños lo rodearon y lo abrazaron para decirle que no llorara. Se resignaron a pensar que ya alguna vez nacerá un mago de verdad para que liquide la pobreza que padecían.
-Ya no llore, hermano Mago, ya no llore que nos va a poner más tristes de lo que estamos- dijo otra niña, cargando la muñeca que alguna vez le regaló el mago.
Y Lusim, cabizbajo, dió media vuelta y abandonó derrotado aquel pueblo ruinoso.
En el camino, casi un millar de niños pasaron corriendo por su lado. Entonces, Lusim, con su capa roja que el viento hacía flamear, corrió detrás de ellos para acompañarlos a buscar a ese mago milagroso, que con su varita mágica, algún día, pueda desaparecer para siempre todo lo malo que arruina la vida de los hombres.
New York, Setiembre , 2006
1 Comments:
Estimado Gustavo:
Gracias por los comentarios alentadores que me dejaste en la págian de Cajué. Es cierto, me gsuta mucho la literatura y también escribir. Tengo un cuaderno de cuentos que escribí pero que no he publicado por ese temor tono del "quediran". Tus palabras me alientan a seguir y quien sabe, un día de estos echar a volar ese cuaderno enjaulado de cuentos.
El gusto por Vallejo vino de manera natural, buscandole explicaciones a una soceidad tan absurda a veces como la peruana. Y nadie más actual que Vallejo para hacer en cada poema una antología de esas heridas abiertas en nuestra sociedad.
En fín, Gustavo, tendriamos tanto de que charlar. Me ha gustado mucho tu página y tus cuentosy desde ya te voya hacer un link desde mi página.
Un abrazo fuerte y mucha suerte.
alex
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