Thursday, May 04, 2006

POR UN PERRITO DE PELUCHE




Dos días antes de su cumpleaños, Gabriela entró a una tienda de juguetes y se quedó enamorada de un Perrito de Peluche.

-¡Yo quiero ese Peluche! ¡Lo tengo que tener!- gritaba por dentro.

Cuando llegó a casa le pidió a su mamá que le comprara el Perrito de Peluche para su onomástico.

-Ya tu papá y yo te hemos comprado un regalito. No podemos comprarte ése Peluche- dijo la mamá, acariciando los cabellos de Gabriela.

Gabriela puso su carita triste.

-Es que yo quiero ése Peluche. Es bien bonito, mamá- dijo la niña casi llorando.

-Hijita, hemos tenido muchos gastos. Tendrás que esperar hasta que tu Papi cobre el otro mes- dijo su mamá, abrazándola.

-Es que lo quiero para pasado mañana, para mi cumpleaños- insistió Gabriela.

Su mamá, mostrándole una sonrisa, le dijo:

-Además, te va a gustar el regalito que te compramos, ya lo verás.

Pero Gabriela no quería otro regalo que el Perrito de Peluche.

En ésos momentos vino su primita Zarita para jugar con ella.

-¿Y por qué ésa cara de pena, Gabriela?- le preguntó Zarita.

Entonces, Gabriela le contó lo del Perrito de Peluche.

-¿Qué hago para comprarlo, Zarita?- dijo Gabriela, pensando en alguna idea.

Zarita, también, se puso a pensar en algo.

-¡Ya sé! ¡Ya sé! ¡Vamos a la doña Celinda!- gritó Zarita.

-¿Estás loca? Mi mamá se molestaría. Todos dicen que es una bruja mala- dijo Gabriela.

-Mentira, ella no es bruja, ella es una señora muy buena. Llévale tus cuadernos con tus buenas notas y te comprará el Perrito de Peluche. A ella le gusta que los niños estudien mucho- dijo Zarita, mientras saboreaba un helado.

- ¿Y cómo sabes éso?- preguntó Gabriela, sorprendida.

- Te voy a contar una cosa, pero no le digas a nadie, ¿ya?- dijo Zarita.

Entonces, Zarita le contó que Celinda le regaló una cocinita con sus ollitas para su cumpleaños, por haber sacado buenas notas en matemáticas.

-Vamos a ella pero a medianoche.

-¡¿A medianoche?!- dijo Gabriela, con su carita asustada.

-Sí, para que nadie nos vea- dijo Zarita, terminando de comer su helado.

Y así quedaron.

A la medianoche, Zarita se moría de frío en la calle, esperando a su prima. Mientras tanto, Gabriela caminaba despacito hacia la puerta de entrada con los zapatos en las manos para no hacer ruido y no despertar a sus padres.

Cuando salió, dió un suspiro de alivio.

Entonces, ambas caminaron lejos, hasta llegar a un cerro de casitas de madera.

-Allá vive ella, arribota, en la punta- dijo Zarita, señalando con el dedo.

-Zarita, tengo miedo, mejor regresamos- dijo tímidamente Gabriela.

-¡¿Qué cosa?! ¡No, señorita! ¡Ya pronto llegaremos!- dijo muy seria Zarita.

Y subieron por un largo camino de tierra, escuchando los feroces ladridos de los perros encerrados en sus casas.

Cuando llegaron a la casa de Celinda, Gabriela se asustó de ver una rata merodeando la zona.

Celinda las recibió una sonrisa amable

-¡Zarita, qué sorpresa! Y la niña, ¿quién es?

-Es mi primita Gabriela. Pasado mañana es su cumpleaños- dijo Zarita.

De inmediato, Zarita le contó a Celinda para qué venían.

-Muéstrale tu cuaderno, Gabriela.

Y Gabriela le dió su cuaderno a la anciana.

-Ummmmm…qué buenas notas, Gabriela- comentó ella.

Pero de pronto, Celinda agachó la cabeza.

-Cuánto, lo siento no poder comprar tu regalo, Gabrielita. Sucede que el negocio de curar niños está muy mal. Ya no vienen muchos niños a curarse como antes…- dijo con voz triste.

Las tres se quedaron en silencio un buen rato, hasta que Zarita habló.

-No se preocupe, ya será para otra vez- dijo Zarita.

Ella miró a Gabriela para que dijera algo.

-Sí, doña Bruja… ¡Oh, perdón!.. sí, doña Celinda- dijo Gabriela, avergonzada de su error, mientras Zarita y Celinda no paraban de reírse.

Celinda ganaba dinero curando a los bebes y niños asustados de algo. Cuando ellos no tenían apetito ni ganas de jugar, sus mamás los llevaban a Celinda para que los curara. Ella les pasaba un huevo por todo el cuerpo, rezando muchos Padrenuestros, y al rato, los niños volvían a tener mucho apetito y muchas ganas de jugar.

- No te averguences, hijita, ya sé que la gente dice que soy una bruja, pero es mentira- dijo Celinda besando en la frente a Gabriela.

-Sí, doña Celinda, ahora lo sé- dijo Gabriela, sonriéndole.

-Pero te prometo que cuando vengan más niños a curarse y gane más dinero, te regalaré tu Perrito de Peluche- dijo Celinda, despidiendo a las niñas.

Pero al día siguiente, mientras Gabriela tomaba su desayuno antes de irse al colegio, de pronto se le vino una idea. Sus ojos se iluminaron y esbozó una sonrisa. Comenzó a gritar que ya tenía la solución.

Salió corriendo hacia la casa de Zarita y la abrazó contenta.

-¡Al fin sé como tener mi Perrito de Peluche!- no paraba de gritar Gabriela.

Por la tarde, cuando volvieron de la escuela, Gabriela y Zarita iban por todas las casas del barrio, avisando a todos los niños que por la noche vendría al Parque, un Platillo Volador de un lejano planeta, trayendo muchos regalos para ellos.

Muchos niños se preguntaban si sería cierto aquello, pero Gabriela y Zarita, hablaban tan seriamente, que terminaron por creerles.

-¡Los Marcianos les regalarán lindas cosas que ustedes jamás han visto!- decían ellas muy animadas.

Al llegar la noche, los niños fueron llegando al parque poco a poco.

En el cielo de la ciudad, la luna parecía dormir feliz al lado de miles de estrellas.

Hasta que el Parque se llenó de niños.

Todos miraban hacia el cielo esperando al Platillo Volador.

-¿A qué hora vienen los Marcianos?- preguntó un muchacho.

-A las 9 en punto. Falta media hora- respondió Zarita.

Gabriela no llegaba aún. ¿Dónde estaría ella?

Entonces, las campanas de la iglesia sonaron anunciando las 9 de la noche.

Pasaron algunos minutos más y los muchachos empezaron protestar.

-¡Ya son más de la 9, y no viene el Platillo Volador!- dijeron enojados algunos, mirando sus relojes.

Zarita miró hacia la luna y señaló con el dedo.

-¡Allá está! ¡Allá viene el Platillo!- gritó

Los muchachos abrieron los ojos, pero no veían nada.

De pronto, entró corriendo al parque alguien cubierto con una enorme sábana blanca, con unos ojazos horripilantes, dando gritos tenebrosos y tratando de atrapar a cuanto niño pudiera.

-¡Un Fantasma! ¡Un Fantasma!- gritaban aterrados los muchachos, huyendo despavoridos a sus casas.

El Parque no tardó en quedarse vacío.

Entonces, el Fantasma fue a esconderse en una casa deshabitada y se sacó la sábana. Era Gabriela, matándose de la risa. Al ratito llegó Zarita, su cómplice, también doblándose de la risa. Se abrazaron fuertemente, celebrando la tremenda broma que le hicieron a los pobres niños.

A la medianoche, fueron ambas a la casa de Celinda y se alegraron de que estuviera llena de niños asustados.

-¡Zarita! ¡Gabriela! ¡Miren cuántos niños tengo para curar! ¡Esto es increíble! ¡Dicen que un Fantasma los asustó en el Parque!- dijo contenta Celinda, empezando a curar a uno de los treinta y tres pequeños que hacían cola al lado de sus madres.

Gabriela, disimuladamente mostró a Celinda, la sábana blanca que usó para asustar a los niños.

Celinda comprendió y empezó a reírse con tantas ganas que despertó a los perros del cerro.

Nunca ella había ganado tanto dinero en una sola noche.

Entonces, Celinda le entregó varios billetes a Gabriela.

-¡Feliz día , Gabrielita! Ya puedes comprar tu Perrito de Peluche- le dijo, besándole la mejilla.

Al día siguiente, después que salieron de la escuela, Gabriela y Zarita fueron apresuradas a la tienda de juguetes.

Cuando Gabriela compró el Perrito de Peluche y lo tuvo al fin entre sus brazos, lo abrazó tanto y con tanto amor, que hizo llorar a Zarita de la emoción.

Para Gabriela, era el mejor regalo que tuvo en todos sus inocentes y pequeñitos 8 añitos.



(A mi amiguita Bebedina, Gabriela Rivera)





New York, Mayo 4, 2006