Friday, August 25, 2006


CASA LOVE


Al momento de recibir los periódicos, Honorato, que era el canillita del pueblo, leyó la noticia en primera plana. De immediato corrió por las calles polvorientas para anunciar a todo el mundo la gran novedad.
-¡La Casa Love viene para la Navidad!- no se cansaba de gritar el muchacho.
La gente no lo podía creer. La Casa Love, la famosísima Casa Love, el Teatro Rodante que divierte todas las navidades a los pueblos más pobres del mundo, llegaría por primera vez a ese pueblito enclavado en lo alto de una montaña.
Con los periódicos en las manos, todos miraban felices la foto enorme del ómnibus de la Casa Love, con los payasos, los títeres, los malabaristas, los luchadores, los monos bailarines, las hadas, los osos y sus domadores, los magos, los equilibristas y otros más, todos ellos sacando sus caritas risueñas por las ventanas del vehículo.
Los viejitos eran los más contentos, pues desde niños esperaban aquel momento con ansias.
-¡Al fin mi sueño se hará realidad!- comentó uno de ellos, dando gracias al cielo.
En los días siguientes, en todos los hogares no se hablaba otra cosa más que de la Casa Love .
Un día antes de la Nochebuena, limpiaron impecablemente el parque y lo adornaron de globos y serpentinas por todas las esquinas.
Y así llegó la noche que tanto habían esperado. Hombres y mujeres, niños y viejos, salieron sonrientes de casa, luciendo sus mejores trajes, perfumados de pies a cabeza y bien peinaditos.
A escasos minutos para la medianoche, la gente que ya había llenado el parque, empezó a preocuparse. La Casa Love aún no llegaba. ¿Qué habría pasado? ¿Se malograría el ómnibus en el camino?
Cuando sonó la campana de la iglesia anunciando el nacimiento del niño Jesús, todos se abrazaron pero sin la alegría soñada.
Entonces, alguien que llegó de otro pueblo, corrió el rumor de que un ómnibus se había accidentado cuando empezaba a subir la montaña.
¿Sería, acaso, la Casa Love? Algunos temieron de que algo malo hubiese ocurrido. Pero la mayoría no pensó en aquello. Casi todos comentaban que la Casa Love era eterna, que nunca le sucedería algo malo porque se había ganado el cielo por su generosidad.
De pronto, oyeron un ruido lejano. Todos se asomaron a la calle principal y vieron a lo lejos la imágen imborrable de aquel ómnibus alegre y bullanguero que iba subiendo lentamente al pueblo, al ritmo de las trompetas, las guitarras, los tambores y las panderetas.
¡Sí, era la Casa Love!, llegando al parque en medio del júbilo contagiante de todo el pueblo.
-¡Casa Love! ¡Casa Love!- coreaban los niños, trepándose en las ventanas del ómnibus para saludar a los artistas.
De immediato, bajaron tablas, cortinas, reflectores, sogas y fierros, y en menos de lo que canta un gallo, armaron un amplio estrado cubierto por un gigantesco toldo rojo. Y encima de éste, ocho letras luminosas y de diferentes colores que decía: CASA LOVE.
Los primeros en salir al estrado fueron los payasos Cireta y Pilindo, arrodillándose uno detrás de otro para imitar al propio ómnibus de la Casa Love.
-¡Uff, qué alta es ésta montaña!¡Me canso, me canso! ¡Llegaremos tarde al pueblo! ¡Qué dirán los niños!- comentaban con la lengua afuera los payasos, gateando lentamente sobre el piso de madera.
-¡Agua! ¡Agua para la sed!- gritaron los payasos y bajaron del estrado para tratar de quitarle una botella de gaseosa a una mujer. Pero ella no se dejó y alejó a los payasos a punta de palazos.
Todos celebraron la ocurrencia doblándose de las risas.
Así empezó aquella función que todos recordarían con fervor por el resto de sus vidas.
Durante toda la madrugada no faltaron las estrepitosas carcajadas, el crujir de los dientes por la emoción, los aplausos de las manos delirantes, las bocas abiertas de la admiración y el baño de ternura en los corazones.
Cómo no recordar a los divertidos monos bailando la Cumbia y el Rock and Roll, el Huayno y la Guaracha con los niños y mujeres; a los malabaristas lanzando las sillas por lo alto para atraparlas al caer y volverlas a lanzar sin dejarlas que caigan al piso; la destreza de los luchadores para brincar y atrapar con sus piernas el cuello del rival y la fuerza que tenían para cargarse uno a otro como si levantaran una frágil palomita; al gordo domador con sus osos obedientes que fingían ser trenes y aviones, jugando con clase al fútbol o manejando hábilmente las bicicletas de una rueda; la perfección de los equilibristas al recorrer cuidadosamente (uno encima de los hombros de otro), sobre una soga colgada entre dos árboles; los asombrosos números de Lobim, el mago, que de una jaula vacía hizo aparecer a una lechuza y que de su sombrero de copa salía un brazo que saludaba con su mano a todo el mundo; la increíble fortaleza de Gerania, la mujer más fuerte del mundo, al soportar sobre sus espaldas a una pirámide de diez payasos; la inteligencia de Perricles, el perrito matemático, que cuando le preguntaban cuánto era 72 entre 9, respondía dando 8 besos en el hocico de la perrita Fanny, su novia; al asombroso “Hans, el hombre indolente” a quien todos golpeaban con varillas de fierro sin que asome en su rostro un pequeño gesto de dolor; a “Don Estómago Infinito”, el obeso hombre que comía todo lo que la gente le daba sin que se llene nunca.
Al final de la función, fueron los títeres, ¡oh, sí, los títeres!, fueron ellos causantes de los mejores aplausos. ¡Qué tal actuación! ¡Cuánta ternura en muchos de esos pequeños muñequitos!
Escenificaron la historia de un niño que conoció a una nube y a un pajarillo. Todas las tardes el niño se subía encima de la nube y los tres paseaban por los cielos de la ciudad. Pero un día pasaron por arriba de una Plaza de Toros y la nube quedó apenada de ver cómo hacían sufrir a un pobre toro. La nube le dijo al niño que ya no volaría sobre la ciudad hasta que desapareciera esa Plaza y se marchó con el pajarillo. El niño, muy triste, esperó crecer y juró que algún día demolería aquel lugar. Cuando fue ya hombre, al lado de una multitud, destruyó la Plaza y liberaron a todos los toros. A la tarde siguiente, esperando el hombre en su azotea, vió llegar a la nube y al pajarillo y volvieron a volar felices por los aires de la ciudad.
-¡Bravo!¡Bravo!- exclamó la multitud entre aplausos.
Cuando ya amanecía, salieron las delicadas hadas y regalaron pelotas y disfraces a los niños, muñecas y cocinitas a las niñas, ropa y zapatos a los padres y madres, y sombreros y bastones a los viejitos.
Con la llegada de los primeros rayos de sol, la Casa Love se preparaba para marcharse en medio de la algarabía general. Todo el mundo, dando ¡vivas! y ¡hurras!, corría detrás del ómnibus que fue alejándose lentamente del pueblo, dejando en el camino una estela imperecedera de dulce nostalgia.
Poco después, cuando ya todos regresaban felices a sus hogares con sus regalos en los brazos, Honorato fue a recibir los periódicos. Cuando leyó la primera plana se echó a reir, como burlándose de la noticia.
-No puede ser. Están locos los que escribieron en este periódico. Las tonterías que dicen- comentó molesto y echó todo el paquete de los periódicos al río.
Juró que no permitiría que nada ni nadie estropearía la alegría de su pueblo. No, jamás. Evitó que todos se asustaran con aquella falsa noticia que guardó en secreto por el resto de su vida. Quería que sus vecinos recordaran con orgullo haber visto a la propia Casa Love.
Mientras Honorato metía muchos goles en el arco solitario del parque, decenas de periódicos naufragaban al fondo del apacible río, sin que nadie pudiera leer la terrible noticia de que la Casa Love se había caído desde un lugar de la montaña y que desapareció en las aguas frías de una laguna, poco antes de la Nochebuena.




New York, Agosto 24, 2006



Thursday, August 24, 2006

LA PAPA SENTADA

Poco antes que amaneciera el lunes, sentadita sobre la mesa de las verduras, estaba la papa, silenciosa y pensativa.

A su costado, yacía dormida una cebolla gorda, roncando de lo más bien, como si no le importara que dentro de pocas horas la hicieran pedazos para convertirla en una deliciosa ensalada.

-¡Quién como ella! Sabe que pronto se la comerán y está de lo más tranquila- reflexionó la papa, alumbrada por los primeros rayos de sol que penetraban por una ventana.

Con la mirada nostálgica, toda la madrugada no pudo dormir por pensar en los juegos mecánicos que los disfrutó horas antes y por renegar de su mala suerte: ser papa, el alimento favorito de todo el mundo.

Con ella, ¡uuufff, cuántos platos suculentos se podían preparar!

Y para colmo, se lamentaba de ser una papa bonita y grandecita, tal como le gustaba a esa señora que la compró en el mercado el domingo por la mañana.

- ¿Por qué no fui una papa fea?- se preguntó amargamente, cuando se la llevaban dentro de una bolsa, junta con otras papas, con la cebolla, el arroz y el pollo.

Pero al menos, tuvo suerte esa mañana, porque a la hora de cocinar, la mujer escogió a otras papas y no a ella. La papa dió un suspiro de alivio. Podía vivir, al menos, un día más.

Mientras la mujer metía a las papas en la olla humeante, la papa se despedía de todas ellas.

-¡Adiós, hermanas papas! ¡Ya nos veremos en el Paraíso!- gritaba en silencio, agitando sus manitos tristes.

Al rato, un niño, que era hijo de la mujer, ingresó al cuarto de la cocina para contarle a ella sobre unos juegos mecánicos que habían llegado al barrio. Y hablaba con tanta emoción que la papa se llenó de curiosidad.

-¡La Silla Voladora! ¡El Tran Fantasma! ¡Los Carros Chocones! ¡La Montaña Rusa!- exclamaba el muchacho apasionadamente.

La papa, entonces, cerró los ojos y empezó a imaginarse con esos juegos desconocidos para ella.

-¿Cómo serían? ¡Seguro que lindos! ¡Divertidísimos!- pensaba con deleite.

Así se la pasó toda la tarde del domingo, soñando con esos juegos que rogaba conocer.

Al llegar la noche, escuchó un ruido extraño. Vio que un pericote huía de un gato, escondiéndose entre los cajones de un viejo repostero.

De inmediato, a la papa se le ocurrió una idea.

-Gato, te digo donde está escondido el pericote, con la condición de que me hagas un favor- le propuso al gato, segura que él aceptaría.

-Si el favor está a mi alcance, seguro que sí- dijo el gato.

-Llévame a los juegos mecánicos- dijo la papa.

El gato aceptó la oferta y no tardó mucho en devorar al pericote en los jardines, luego que la papa le dijera dónde estaba escondido el roedor. Entonces, el gato subió a la papa sobre su lomo y cumplió con llevarla a los juegos.


En ese pequeño mundo de fantasía, ¡cuán feliz fue la papa aquella noche dominical!
ٕ
¡Oh, la Silla Voladora!, volando risueña muy en alto sobre ella, mareándose dichosa de tantas vueltas y vueltas interminables.

¡Y el Tren Fantasma!, con sus divertidas calaveras y arañas gigantes que amenazaban atraparla.

¡Y los Carros Chocones!, estrellando su carrito travieso contra los carritos de unos niños que se mataban de la risa.

¡Oh, la Montaña Rusa!, esa sí que fue estupenda, colosal. Qué valiente para haberse subido allí. Cómo corría esa larga fila de cochecitos por aquel laberinto inmenso de fierros. Y ¡qué nervios! ¡qué vértigo que sintió!, cuando, desde lo más alto, bajó velozmente por la caída de los rieles estrechos.

¡Ahhh, qué noche tan bella para ella! ¡Qué no daría por estar siempre allí! Pero solo era una simple papa y no un niño como todos esos niños que se veían tan contentos.

A medianoche, volvió con el gato al cuarto de la cocina.

-Ser papa, qué mala suerte, no como el niño de la casa que irá a los juegos todas las veces que quiera- renegaba cabizbaja toda la madrugada.

Despertó a la cebolla para entretener sus penas.

-Cebolla, ¿no tienes miedo de que pronto te cocinen?

La cebolla abrió un ojo y se echó a reir.

-Ja, ja, ja, ¿miedo yo?, ja,ja, ja, nooo. Al contrario, contenta de alimentar a la gente- respondió la cebolla y continuó durmiendo y roncando como si nada.

Al amanecer, cuando ya el sueño la vencía, la papa escuchó los pasos de la mujer que venía. La papa sintió miedo. La mujer, puso una olla grande llena de agua sobre la cocina prendida. La papa empezó a temblar.

Al rato, ingresó el hijo de la mujer, saludándola con un beso en la mejilla.

-¿Puré?- preguntó la mujer al niño.

-Si, mamá, puré de papa. Es mi favorito- dijo el pequeño, sentándose sobre un banquito para esperar su comida.

Entonces, la mujer se acercó a la mesa de las verduras para escoger a las papas.
La papa cerró los ojos y rogó con toda el alma que no la escogiera. Pero no fue así. Sintió la mano húmeda de la mujer que la cogía.

Mientras la pelaban, la papa se resistió a llorar. Intentó darse coraje en esos instantes tan difíciles.

Ya peladita, la dejaron otra vez sentada sobre la mesa. Serenamente, esperó resignada el momento del adiós de su corta vida.

Poco después, justo cuando la iban a arrojar al agua hirviente, la papa alcanzó a imaginar con una enorme sonrisa, la dulce y maravillosa sensación que era volar por los cielos sobre una silla voladora.



New York, Marzo, 2006